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La epilepsia infantil se define como la presencia de al menos dos crisis epilépticas no provocadas, con al menos 24 horas de diferencia entre sí, en niños menores de 18 años. Las crisis pueden variar en cuanto a su severidad, duración y síntomas.
La epilepsia en niños puede clasificarse en varios tipos según el tipo de crisis, la edad de inicio y las características clínicas. Algunos de los tipos más comunes son:
Suele comenzar en la adolescencia y se caracteriza por crisis mioclónicas, es decir, movimientos musculares bruscos e involuntarios.
Las causas de la epilepsia infantil pueden variar ampliamente y pueden incluir:
Mutaciones hereditarias o de novo (nuevas) en ciertos genes que regulan la función cerebral pueden predisponer al niño a crisis epilépticas.
Las lesiones prenatales, perinatales (como la hipoxia durante el parto), o postnatales (traumatismos, infecciones) pueden causar epilepsia.
Malformaciones estructurales del cerebro presentes desde el nacimiento.
Meningitis, encefalitis y otras infecciones que afectan el cerebro.
Desequilibrios en las sustancias químicas del cuerpo que afectan la función cerebral.
En muchos casos, no se puede identificar una causa específica (epilepsia idiopática).
Los síntomas de la epilepsia varían dependiendo del tipo de convulsión y del área del cerebro afectada. Algunos de los síntomas más comunes incluyen:
Pérdida de la conciencia, rigidez muscular seguida de sacudidas violentas de brazos y piernas, mordedura de lengua y pérdida del control de la vejiga.
Breves periodos de desconexión con el entorno, mirada fija, parpadeo rápido o movimientos repetitivos.
Movimientos involuntarios de una parte del cuerpo, sensaciones extrañas, o alteraciones en la conciencia y percepción.
El diagnóstico de la epilepsia infantil se basa en varios métodos:
Historia clínica y examen físico: Se recogen detalles sobre las crisis (duración, frecuencia, tipo de movimientos, pérdida de conciencia) y se explora el desarrollo del niño.
Electroencefalograma (EEG): Es el principal estudio para detectar la actividad eléctrica anormal en el cerebro. Puede ayudar a identificar el tipo de epilepsia y su origen.
Resonancia magnética (RM): Se utiliza para detectar anomalías estructurales en el cerebro, como tumores, malformaciones o lesiones.
Estudios genéticos: En algunos casos, pueden realizarse pruebas genéticas para identificar mutaciones asociadas a la epilepsia.
Análisis de sangre: Para detectar posibles causas metabólicas o infecciosas.
El tratamiento de la epilepsia infantil se basa en controlar las crisis y mejorar la calidad de vida del niño. Las opciones de tratamiento incluyen:
Medicamentos antiepilépticos (AEDs): Son el tratamiento más común para controlar las crisis. Ejemplos incluyen valproato, levetiracetam, carbamazepina, entre otros. El medicamento se elige en función del tipo de epilepsia y la respuesta individual del niño.
Dieta cetogénica: Es una dieta alta en grasas y baja en carbohidratos que puede ser efectiva en algunos tipos de epilepsia resistente a los medicamentos, como el síndrome de Lennox-Gastaut o el síndrome de Dravet.
Cirugía: En algunos casos de epilepsia focal que no responden a medicamentos, puede recomendarse la cirugía para eliminar la parte del cerebro que genera las crisis.
Estimulación del nervio vago (VNS): Es un dispositivo que se implanta y estimula el nervio vago para reducir la frecuencia de las crisis.
Terapias complementarias: Algunas técnicas como la fisioterapia, la terapia ocupacional o la terapia cognitivo-conductual pueden ser útiles para mejorar el desarrollo y la calidad de vida.